Thursday, December 30, 2010

De todos los bares del mundo...

ella tenía que venir al mío Con esta frase, simple, contundente, se resume toda una verdad de la vida. Las malditas, asquerosas, casualidades (o causalidades?) están ahí, sobrevolando nuestras cotidianas vidas.

No creo en el azar, me encantaría creer, pero me cuesta tenerle fe al caos sin sentido. Por eso elijo el guión de Casablanca como uno de mis compendios de filosofía más revisitados. Y esa oración, entre muchas, demuestra que todo pasa por algún extraño motivo.

El se toma su copa de whisky y le pide al hombre del piano que una vez más, una vez más, repita las dolorosas notas de un tema que lo desarma. Nota al pie: como odio que esos temas que en otros tiempos fueron buenos y hermosos, ahora pasen a formar parte de la lista de los que evitamos, porque traen malos recuerdos. Que suerte la de esas canciones. Tengo una lista infinita que alguna vez quisiera volver a escuchar con más alegría y menos nostalgia, pero bueh, alguna vez…

La cosa es que el se sienta ahí, en la oscuridad, y se pregunta, una vez más entre las miles de veces que pensó en aquello, el porqué. De todos los bares del mundo en el que Ilsa podía ir, cayó en el suyo, ahí, escondidito en el norte de África, en su exilio en la guerra.

Y ya no importa mucho si están por ingresar los nazis, si corre peligro su estadía en aquel país o siquiera si los aliados van a ganar la guerra. La realidad se reduce, simplemente, a una puteada contra el destino, a un enojo profundo contra el devenir.

El reencuentro será clave para la resistencia francesa, para el triunfo de los buenos, para que la película tenga un final odioso pero propio de las inolvidables. Y él, el hombre de eterno piloto, se queda sin nada, apenas el tesoro de un recuerdo de un vestido azul, envolviendo a una mujer que se va.

Cuantas veces va a entrar a nuestro bar alguien que no debería, para arruinarnos la existencia apacible y rutinaria. Cuantas veces va a volver el menos esperado, cuantas veces se escuchará una voz que se creía olvidada.

Parece que el piano nunca deja de sonar, y el whisky nunca se acaba. Este bar, en el medio de la nada, siempre espera el viejo sonido de algún tema que se creía archivado.

Sunday, December 12, 2010

y allá lejos, la voz del bandoneón...

El tango me llegó clandestinamente, como todas las cosas buenas en la vida. Un casette viejo, la voz del Polaco resonando en una cinta negra de un TDK reciclado y la magia se dejó ver, instantáneamente, implacable.

El tango fue al principio música antigua y lejana, casi una cosa de los viejos, algo ajeno. Era el sonido en la madrugada las noches de insomnio en la casa de mis abuelos, ahí, en Sitio de Montevideo. La oscuridad, el ruidito clásico de la AM mal sintonizada y los vozarrones que para mi sonaban todos a Gardel.

¿Y este quien es? Le insistía yo a mi abuela, empuñando la taza de café con leche que me hacía religiosamente todas las mañanas. Y Adela sabía con exactitud que cantor entonaba en cada tango, ¡Y que orquesta!: cosa de sabios.

Patio, cielo siempre celeste, olor a parra, vereda de mate y viejas chusmas, adoquines, domingos de fútbol y fideos. El misterio adentro de los ojos de una nena de diez años. Todo ese paisaje se me quedó adentro, y nunca lo pude soltar.

Pero un día volvió todo aquello. Eso de “barrio de tango, luna y misterio”, se hizo piel. Y retornó, como el olor a jazmín y el color de los ojos pardos de la abuela, como la frescura del patio, la voz del abuelo gritando los goles del equipo de sus amores, la lluviecita golpeando el cordón de la vereda.

Lo que no se puede explicar es casi siempre lo más genuino. Hay algo en el tango que me devuelve a la infancia, a ese misterio enrededandome el corazón. Ahora se que no todos son Gardel, que Pugliese era un genio, y que también estaba Troilo…

De todas formas, gastar palabras en explicar esto es casi inútil… dos o tres cosas en la vida no puedo explicar y eso es hermoso. El tango, sin dudas, es una de ellas.

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(Brindo, abuela, por tu vestido batón con florcitas, el café que me hacías y las tardes infinitas al lado de la radio).