El domingo, segunda edición de las PASO, fui a
votar a uno de los colegios más chetos de mi Lomas de Zamora, pasadas las once
de la mañana, con los números de las encuestás más recientes en mi cabeza, y la
esperanza firme de que todo se podía revertir. Por la tarde acompañé a mi mamá
a una escuela en Rafael Calzada, y la ansiedad seguía ahí, con la espera propia
del boca de urna tan cercano.
Me llegó la frase "empate técnico" al
celular, un pedido urgente a mi amiga y compañera de emociones electorales, que
estaba -dichosa ella- más cerca de una tele que yo, que venía viajando en el
Roca de vuelta a casa alrededor de las 18.
Sonreí, por la esperanza de tal realidad
matemática. Se le puede hacer frente al amague de los noventa y la derecha, a
la amenaza de la "no política". Pero ya había sonreido antes, muchas
veces.
A la mañana, en Temperley, cuando me encontré
con las autoridades de mesa y fiscales contentos, con energía, a pesar de que
tenían frío y no encontraban el control remoto del frío/calor pegado en la
pared. (Cosas insólitas de colegio pudiente, no?). Cuando metí la boleta,
cuando me encontré con mi viejo y mi hermano en la fila, cuando nos reímos
pensando en la comida rápida y muy poco dominguera que mi vieja estaría
haciendo en ese momento.
En Calzada también, -y a pesar del viaje y no
saber muy bien como llegar- disfruté de las imágenes: familias enteras yendo
corriendo a la escuela antes que cierren las puertas, un pibe que estaba en el
mismo colectivo que yo -16/17, tal vez, que votaba por primera vez- y mi mamá,
a quien la vida, los DNI y los padrones la siguen condenando a votar en su
primer domicilio desde que llegó a Buenos Aires, hace más de 30 años.
La charla con mi hermano en el patio de aquella
escuela, mientras caía el sol, pensando en porcentajes y candidatos. La de
siempre.
Y disfruté también de la jornada clásica,
histórica, en mi familia, esos pálpitos vía tele, con mi viejo al mando del
control remoto, cambiando a su antojo, borrando de la pantalla a Massa -Néstor
es pasional y rotundo- y divagando conmigo sobre si la diferencia se iba a
achicar, que pasaría en octubre, en que nos habremos equivocado, el miedo al
retorno de la derecha.
Y en el medio pasó todo, todo lo que
conocemos. La realidad se nos volvió esquiva, una vez más. La desazón del 2009.
No me la olvido más. La tristeza, terrible, grande, a mis veintipico, en una
redacción, con amigos y compañeros, no entendiendo muy bien que pasaba.
Ahora, un poco más grande -bueno, que se
avecinen los treinta tiene que servir para algo- me da esperanza, me infla el
corazón y me obliga a entender que, no se hace esquiva la realidad, la realidad
me invita a repensar, a ir por más. Cuando te golpean, te levantás y volvés a
caminar.
No intento analizar acá los números -a ver, la
política y la matemática se viven peleando muchachos, no jodan, miremos más
allá de las estadísticas-, ni el escenario (faltan dos meses, a esperar), ni
nada. Mi domingo fue feliz, porque estoy jugando.
y yo quiero seguir jugando.