Monday, August 12, 2013

Domingo





El domingo, segunda edición de las PASO, fui a votar a uno de los colegios más chetos de mi Lomas de Zamora, pasadas las once de la mañana, con los números de las encuestás más recientes en mi cabeza, y la esperanza firme de que todo se podía revertir. Por la tarde acompañé a mi mamá a una escuela en Rafael Calzada, y la ansiedad seguía ahí, con la espera propia del boca de urna tan cercano. 


Me llegó la frase "empate técnico" al celular, un pedido urgente a mi amiga y compañera de emociones electorales, que estaba -dichosa ella- más cerca de una tele que yo, que venía viajando en el Roca de vuelta a casa alrededor de las 18. 

Sonreí, por la esperanza de tal realidad matemática. Se le puede hacer frente al amague de los noventa y la derecha, a la amenaza de la "no política". Pero ya había sonreido antes, muchas veces. 

A la mañana, en Temperley, cuando me encontré con las autoridades de mesa y fiscales contentos, con energía, a pesar de que tenían frío y no encontraban el control remoto del frío/calor pegado en la pared. (Cosas insólitas de colegio pudiente, no?). Cuando metí la boleta, cuando me encontré con mi viejo y mi hermano en la fila, cuando nos reímos pensando en la comida rápida y muy poco dominguera que mi vieja estaría haciendo en ese momento.

En Calzada también, -y a pesar del viaje y no saber muy bien como llegar- disfruté de las imágenes: familias enteras yendo corriendo a la escuela antes que cierren las puertas, un pibe que estaba en el mismo colectivo que yo -16/17, tal vez, que votaba por primera vez- y mi mamá, a quien la vida, los DNI y los padrones la siguen condenando a votar en su primer domicilio desde que llegó a Buenos Aires, hace más de 30 años. 

La charla con mi hermano en el patio de aquella escuela, mientras caía el sol, pensando en porcentajes y candidatos. La de siempre. 

Y disfruté también de la jornada clásica, histórica, en mi familia, esos pálpitos vía tele, con mi viejo al mando del control remoto, cambiando a su antojo, borrando de la pantalla a Massa -Néstor es pasional y rotundo- y divagando conmigo sobre si la diferencia se iba a achicar, que pasaría en octubre, en que nos habremos equivocado, el miedo al retorno de la derecha.

Y en el medio pasó todo, todo lo que conocemos. La realidad se nos volvió esquiva, una vez más. La desazón del 2009. No me la olvido más. La tristeza, terrible, grande, a mis veintipico, en una redacción, con amigos y compañeros, no entendiendo muy bien que pasaba.

Ahora, un poco más grande -bueno, que se avecinen los treinta tiene que servir para algo- me da esperanza, me infla el corazón y me obliga a entender que, no se hace esquiva la realidad, la realidad me invita a repensar, a ir por más. Cuando te golpean, te levantás y volvés a caminar. 

No intento analizar acá los números -a ver, la política y la matemática se viven peleando muchachos, no jodan, miremos más allá de las estadísticas-, ni el escenario (faltan dos meses, a esperar), ni nada. Mi domingo fue feliz, porque estoy jugando.

y yo quiero seguir jugando.